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Este de Georgia, el país del vino.

Abandonamos la capital y pedaleamos ahora por una zona eminentemente agrícola, dedicada en su mayoría al cultivo de la uva. Los georgianos se consideran los inventores del vino y presumen de elaborar el mejor del mundo.
- Estos no conocen el Rioja!-.
Antes de entrar en Georgia, pensamos que la hospitalidad era algo exclusivo de la población musulmana, pero en este país nuestra teoría se viene abajo. En Sagarejo, buscando un lugar donde acampar conocimos a Wahoo, que no duda en llevarnos a su casa. Pero tanta amabilidad tiene un precio. Durante la cena no valen las escusas para librarse del chacha - por las mujeres; por los hombres; por Georgia; por los vascos; por los muertos; por los hijos que vendrán;... por ... hip!-
Quizá, el hermanamiento entre el pueblo georgiano y el vasco, hace que en este país nos sintamos como en casa. Y lo que pensábamos serían un par de semanas, se convierte en un mes, llevándonos además la sensación de que nos dejamos muchas cosas por ver. Dejamos atrás un país muy diferente al lugar frío y gris que describe el catalán Gabriel Pernau a su paso por Georgia 10 años atrás. Ahora, es un país colorido y alegre, con un gran potencial turístico al que prometemos volver.

Cuestión de Fé.

A pesar de que muchos piensan que el cristianismo nació en Occidente, la cuna del mismo se encuentra al Sur de la cordillera del Cáucaso, especialmente en Armenia y Georgia.
Ni tan siquiera décadas de comunismo acabaron con la Fé de estas gentes y ahora, como países independientes, siguen practicando la religión de sus antepasados.
A diferencia de lo que ocurre en la vieja Europa, las Iglesias Ortodoxas se llenan de fieles cuya edad no supera la treintena.

Accidentada etapa.

El excelente estado de las mozas de Georgia y el pésimo en el que se encuentran las carreteras del país, hace que preste más atención a las primeras que a las segundas, con estas terribles consecuencias:

Las montañas del Cáucaso.

En Svaneti, el mal estado de las carreteras nos impidió adentrarnos en las grandes montañas del Cáucaso. En esta ocasión, dejamos las bicicletas descansando por unos días en Tbilisi y en marshrutka (minibús) nos dirigimos hasta Kazbegi, un pueblo situado a 20 kilómetros de la frontera con Rusia.
Durante cuatro días nos dedicamos a caminar por los distintos valles de la zona, pero como resulta imposible describir tan increibles paisajes, dejaremos que las imágenes hablen por si solas.







Los bosques comienzan a teñirse de diferentes colores indicándonos que el verano toca a su fin. También, las bajas temperaturas cuando cae el sol, nos recuerdan que debemos abandonar el lugar y dirigirnos a latitudes más templadas.

Tbilisi, la capi.

Frank Van Rijn

A este caballero de espigada figura lo conocimos en Mtskheta. Venía pedaleando desde Holanda y recorría ahora Georgia con la intención de escribir un nuevo libro. Este "dinosaurio" del pedal había recorrido con su bicicleta y alforjas la friolera de 470.000 kilómetros (más de la distancia entre la Tierra y la Luna) y había escrito 10 libros narrando sus aventuras. http://www.frankvanrijn.nl/
Tuvimos la suerte de pedalear con él hasta Tbilisi, la capital del país, donde para sorpresa nuestra, fuimos recibidos por la mujer (también de origen holandés) del presidente de Georgia.
- Y yo con estas pintas!!!-

Svaneti, en el corazón del Cáucaso.

Tras la independencia de Georgia y la posterior lucha con Rusia por las provincias de Abkhazia y Ossetia, el país se sumió en una profunda crisis que obligó a miles de personas (sobre todo hombres) a buscar trabajo en diferentes países de Europa. Los habitantes de Svaneti se decantaron por Cataluña y País Vasco. Nosotros tuvimos la suerte de conocer en Vitoria a Taro (un amigo de mi hermana Marisol), quien no dudo en invitarnos a su pueblo en nuestra visita a Georgia. Por desgracia, Taro tuvo que volver de forma inesperada a su país por la muerte de su padre, por lo que a nuestra llegada a su pueblo nos encontramos de nuevo con él. Nanari es una aldea de apenas 50 casas, en la montañosa provincia de Svaneti. Y de ésta, 45 personas se encuentran trabajando es España. En nuestra estancia observamos valores perdidos en nuestra sociedad. Vemos cómo se las arreglan para ser autosuficientes con lo que la tierra ofrece (nosotros que estamos tan acostumbrados a encontrarlo todo en las estanterías del super) o de solidaridad, pues no dudan en ayudar al vecino en cualquier tarea.
La vida en las montañas parece extremadamente dura y no hay muchos momentos para el aburrimiento. En verano aprovisionándose para el largo invierno, que cubrirá todo bajo un manto de nieve durante largos meses. Pero aún así, el fin de semana se saca un rato libre para disfrutar de las aficiones.
Caza y Pesca.Taro, junto con sus amigos Crespi "el lobo", Lasha y Levani se dirigen a la montaña. No dudamos ante la invitación de acompañarles y cargados con el morral y la kalashnikov caminamos hasta una pequeña cabaña en donde pasaremos la noche.
A la mañana siguiente, mientras nuestros amigos intentan infructuosamente encontrar un bicho en donde hacer blanco, nosotros caminamos hasta una atalaya desde la que divisar los picos nevados del Cáucaso.
Al siguiente día, la fortuna les sonríe y el río les ofrece lo que el bosque les negó. Esa noche cenaremos truchas.
Con los pulmones llenos de aire puro, las barrigas a reventar de la exquisita comida de Bera (la madre de Taro) y las alforjas cargadas de buenos recuerdos, abandonamos este lugar de gigantes montañas con extensos bosques, habitadas por grandes personas con enorme corazón.

Escoltados por la policía.

En cuanto abandonamos la vía principal para dirigirnos a las montañas de Svaneti, el pedalear se convierte en una tortura por el pésimo estado de la "carretera". Además, la policía considera que dos ciclistas son presa fácil y deciden custodiarnos. Al principio, la compañía nos incomoda, pero al final la situación acaba resultándonos cómica.
En Tskaltubo, nuestros guardaespaldas nos proponen que durmamos en alguna casa del pueblo y no faltan las invitaciones para alojarnos. En casa de la familia de Jeiran, acompañamos la suculenta cena con los primeros chachas (vozka). Vino para los menos osados, pero aquí todo el mundo bebe. Tras el enésimo brindis de bienvenida acabamos todos, familiares, vecinos y policías entonando "bésame, bésame muuucho...". Pero en Tskaltubo conocemos también la otra cara de la moneda. En la era soviética el lugar era un importantísimo balneario que recibía un numero considerable de turistas. Tras la desintegración de la U.R.S.S y las posteriores guerras en las provincias de Abkhazia y Ossetia, el turismo desapareció y el macrocomplejo se vino abajo. Ahora, los entonces elegantes hoteles albergan en condiciones lamentables a cientos de refugiados de las mencionadas provincias.

Cambiando de aires.

Después de pedalear un tiempo por una zona tan conservadora como el Este de Turquía, cruzar la frontera georgiana por el litoral del Mar Negro supone un enorme cambio. En pocos kilómetros desaparecen las mezquitas; reaparecen las mujeres con sus escotes y minifaldas; el dominó deja paso al ajedrez; los tonos ocres del paisaje a un verde intenso; el ambiente reseco a una sofocante humedad; el aparente estado sobrio a un desmesurado consumo de alcohol; distinto alfabeto; billetes de monopoli e incluso reaparecen los "extinguidos" cochinillos.